El mundo se encuentra en un punto de inflexión.
Quizás nunca antes, desde el final de la confrontación
Este-Oeste, el futuro no ha parecido tan oscuro
y peligroso. Nos encontramos frente a la guerra que
ha regresado a nuestro suelo, ante la voluntad de los
Estados continentales de controlar las tecnologías y
las economías, frente al cambio climático, al cuestionamiento
del equilibrio de poder y al riesgo de que se
extienda lo peor.
La organización política de nuestro
continente, la estrecha alianza de las potencias medianas
que somos, es la única garantía posible para
nuestros conciudadanos y las generaciones futuras.
La Unión Europea se ha construido paso a paso a partir
de los escombros de la Segunda Guerra Mundial,
una catástrofe sin precedentes en siglos y milenios anteriores, y de la que nuestro continente casi
no logra salir.
Convencidos de que la ayuda mutua, la solidaridad y los intereses compartidos eran más fuertes
que los antagonismos del pasado, mentes pioneras y conquistadoras permitieron la unión de los
pueblos europeos. Sus nombres son Jean Monnet, Robert Schuman, Alcide De Gasperi, Konrad
Adenauer, Paul-Henri Spaakn, o más recientemenete, Altiero Spinelli, Jacques Delors y Bronislaw
Geremek. Somos los herederos y promotores de este legado, tenemos la responsabilidad de mostrar
el mismo sentido de la Historia que los pioneros para concebir la Europa del mañana.
Nos enfrentamos a una sucesión de choques violentos que ponen en tela de juicio el principio
mismo de nuestras democracias. La guerra liderada por Rusia contra Ucrania es un crimen contra
la Historia. Al tocar un principio esencial del derecho internacional, uno de los principios fundadores
de la Unión Europea, la inviolabilidad de las fronteras, Vladimir Putin, con su voluntad de
someter a Ucrania, ha roto un tabú y ha corrido el riesgo insensato de propagar lo peor.
"Overalt i verden er demokratiet under angreb, undermineret af autoritærisme"
Al mismo
tiempo, está desplegando en su país todos los elementos de una dictadura abiertamente construida
sobre el asesinato cínico de sus oponentes. Desde el también cínico atentado terrorista del
7 de octubre, Hamás ha logrado su objetivo deseado, de incendiar Oriente Próximo, y las repercusiones,
en términos de inseguridad general y daños humanos son considerables. En Oriente,
el colapso demográfico de China sirve como marco para una política de un aumento excesivo en
el armamento económico, tecnológico y comercial, y a los designios imperialistas que amenazan
abiertamente a Taiwán. Y Estados Unidos, presa de un enfrentamiento brutal y binario en el seno
de su opinión pública, amenaza con retomar una política de dominación tecnológica brutal y de
desinterés por la situación de sus aliados, especialmente los europeos.
En todo el mundo, la democracia
está siendo atacada, socavada por el autoritarismo y el populismo.
Esta nueva era está repercutiendo en nuestras sociedades europeas. La crisis inflacionista derivada
de estos desórdenes está socavando el equilibrio social, ya debilitado. Alimentando los
peores temores, la extrema derecha está a las puertas del poder en muchos países. Los partidos
tradicionales se disgregan y los malos vientos del populismo inundan nuestras democracias, que
se enfrentan a una crisis de representatividad.
Desde la creación de nuestro movimiento, hace veinte años, los desafíos se han acumulado. Siempre
hemos sido lo suficientemente pragmáticos como para cuestionar algunas de nuestras formas
de pensar. Hemos aprendido de la crisis financiera mundial, que afectó directamente a muchos
ciudadanos europeos y puso de relieve las crecientes disparidades económicas. Del mismo modo,
hemos aprendido lecciones de la pandemia y de los conflictos en nuestras fronteras, que han
puesto de manifiesto nuestra vulnerabilidad en determinadas situaciones, en particular nuestra
peligrosa dependencia de centros de producción que escapan a nuestro control.
2024 será, por lo tanto, un año crucial. Por primera vez, nos acercamos a las elecciones europeas
no a la defensiva, sino con la certeza de que nadie puede presentarse ante los pueblos de Europa
sin reconocer la urgencia y la necesidad de una Unión Europea que defienda lo más preciado de
lo que somos.
En vísperas de las elecciones europeas de 2024, es esencial reafirmar la centralidad del proyecto
político europeo. Reinventar Europa es una tarea ardua que requiere una voluntad inquebrantable.
Nosotros tenemos esa voluntad. Y debemos construir un futuro europeo donde la justicia, la
unidad y los valores compartidos brillen.
Nosotros, los Demócratas, estamos decididos a promover la inclusión, la solidaridad, la prosperidad
y el intercambio con todos los ciudadanos europeos, situándolos en el centro de nuestra
acción, respetados como socios en el poder. Nuestra voz humanista y profundamente europeísta
debe ser escuchada por todos aquellos que están unidos y comparten nuestros valores de democracia,
Estado de Derecho, respeto de los derechos fundamentales, de las identidades y de
la diversidad, promoción del progreso social, inclusión y solidaridad entre territorios, pueblos y
generaciones.
Somos una familia. De Roma a Rotterdam, de Brno a Bilbao, de Liubliana a Larnaca, de Venecia
a Vilna, de Madeira a Múnich y de Estrasburgo a Santa Cruz de Tenerife, nos mueve la razón y la
fe para construir esta Europa cuya existencia y valores están gravemente amenazados. Sabemos
que Europa sólo puede sobrevivir y prosperar si está «unida en la diversidad». En esto, también
puede y debe representar, incluso más allá de sus fronteras, un ejemplo pacífico y decidido para
este mundo atormentado.